La política del presidente Obama con relación a Cuba, implementada a través de órdenes ejecutivas, resultó ser un rotundo desacierto. No porque haya significado una estrategia de concesiones unilaterales que no han beneficiado en nada al pueblo cubano, sino porque han violentado la Ley Helms-Burton, de la misma manera que violentó las leyes migratorias vigentes con sus órdenes ejecutivas.
Con un Congreso de mayoría republicana y un presidente republicano, la libertad de los presos políticos, el respeto a las libertades básicas y las elecciones libres, tienen que ser las tres estrategias cardinales de la política hacia Cuba. Los hechos históricos han demostrado que no se puede negociar con dictaduras estalinistas.
Trump tiene en la ley Helms-Burton el instrumento legal para definir su estrategia hacia Cuba. Si en verdad está comprometido con la democratización del país caribeño, poner en vigor el título 3 de la ley, que permitiría a los propietarios de reclamaciones certificadas demandar a las compañías estadounidenses que hayan realizado negocios en Cuba con propiedades confiscadas a estadounidenses, sería la mejor manera de demostrarlo. Como hombre de negocios antes que político, Donald Trump debería entender mejor que nadie la trascendencia de poner en vigor a plenitud esta ley.
El presidente Trump puede acabar con el despotismo castrista de dos maneras:
Una, a través de una ocupación militar (el ejército cubano nunca tuvo opción frente a la poderosa maquinaria militar estadounidense, pero en estos momentos es un ejército sin capacidad militar defensiva frente a una invasión), que sería la opción más rápida, menos costosa y menos traumática.
Otra, a través de la consolidación de varias medidas, como pueden ser:
1. La eliminación o radical modificación de la Ley de Ajuste Cubano, que impida la inmigración legal de cubanos a Estados Unidos.
2. La ya señalada entrada en vigor del capítulo 3 de la Ley Helms-Burton.
3. La eliminación de todos los viajes a la Isla de ciudadanos americanos, incluyendo los que son de origen cubano.
4. La eliminación del envío de dinero desde Estados Unidos a Cuba.
5. La eliminación de todas las órdenes ejecutivas del presidente Obama.
El exilio cubano, el pueblo cubano, el gobierno de los Estados Unidos y los países democráticos de todo el mundo, tienen que acabar de entender que ninguna reforma económica que haga el gobierno de Raúl Castro o sus herederos directos conducirá a la democracia y a la libertad en la Isla. No hay un solo ejemplo en el mundo que sustente esta tesis, que durante 8 años defendió el obamismo. No sucedió en China ni en Vietnam. No tiene ninguna posibilidad de que ocurra en Cuba.
La economía se puede reformar. Los ciudadanos pueden gozar de ciertas libertades económicas, incluso de muchas libertades económicas, sin embargo pueden permanecer con todas sus libertades políticas extirpadas eternamente. Y esa es, con toda seguridad, la apuesta del castrismo. Contrario a lo que muchos creen, el castrismo sin Fidel y Raúl Castro puede sobrevivir.
El anunciado retiro del poder político de Raúl Castro en 2018 es difícil que lleve al poder a un civil como Miguel Díaz-Canel. Al menos, no a un poder real. Mucho más si tomamos en cuenta que dos líderes históricos del castrismo están en la línea directa de sucesión: Ramiro Valdés y Guillermo García. Mientras permanezca en las esferas del poder la corrupta y enriquecida casta militar que controla todas y cada una de las grandes empresas de Cuba, será muy difícil que se arriesguen a hacer cambios políticos que pongan en riesgo sus prebendas.
El presidente Trump tiene que poner a un lado los intereses de ciertos grupos económicos de presión en Estados Unidos, sobre todo de algunos estados agrícolas, y convertirse en el primer presidente estadounidense en comprender que lo que realmente beneficia a los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos es una Cuba democrática e insertada en las reglas de juego de la economía mundial.
Si Trump entiende que con la eliminación del castrismo no solo beneficia al pueblo cubano, sino que libera a toda América Latina de un referente ideológico muy peligroso, que ha sido capaz de generar violentas deformaciones en países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, estaría construyendo una parte importante de lo que será su legado como presidente.
La casta militar cubana no va a cambiar su atrincheramiento en posturas que son hoy más económicas que ideológicas. El presidente Trump tiene que forzar las condiciones económicas y sociopolíticas necesarias para expulsarlos del poder, de manera violenta o negociada, pero expulsarlos. De lo contrario, no lo cederán por su buena voluntad.
Si el presidente instaura la segunda vía y, como algunos analistas pronostican, en Cuba se crea una situación de crisis humanitaria o una explosión migratoria, entonces tocaría implementar la primera vía.
El presidente no debería tener ningún temor a tomar el toro por los cuernos. Al fin y al cabo, llegó a la Casa Blanca mediante la incorrección política. Si acepta que un cáncer no se puede tratar con aspirinas, entonces los días del castrismo estarán contados. Si se comporta con la misma indecisión y contención de sus antecesores, entonces, cuando tenga que ir a las elecciones para un segundo mandato, el electorado cubano volverá a mostrar su capacidad de influir en unas elecciones y podría pasarle la factura.
La comunidad cubanoamericana castigó duramente a Hillary Clinton favoreciendo con su voto a Donald Trump y a todos los políticos cubanoamericanos que aspiraban a posiciones en el Senado y en la Cámara de Representantes, demostrando una postura si bien no monolítica contra la política de Obama hacia Cuba, sí bastante mayoritaria.
Pese a que algunos analistas que han defendido abiertamente la política obamista y que durante años han tratado de demostrar con encuestas de opinión que los cubanos han cambiado su manera de pensar sobre Cuba, que la posición a favor de un dialogo capitulador con el castrismo era la tendencia dominante, ahora niegan la importancia del voto cubano en la victoria de Donald Trump en la Florida basándose en nuevas encuestas.
Pero, ¿quién les va a creer si tras las elecciones se quedaron sin ninguna credibilidad? Esto, a pesar de que hay cálculos que ubican el voto cubanoamericano en la Florida entre el 52 y el 60%. Cálculos que, como sabemos, no reflejan necesariamente ese voto de silencio que aupó a Trump para llevarlo a la victoria. Muchos cubanoamericanos que votaron por Trump siguen guardando silencio con respecto a su verdadera elección.
Cuando en las calles de Miami pudimos ver a cientos de jóvenes cubanoamericanos festejando la muerte del tirano Fidel Castro, comprendimos que las encuestas de universidades como FIU, penetradas por la inteligencia cubana, o del grupo de cabildeo procastrista CubaOne no reflejan el verdadero sentimiento de la comunidad cubana.
En última instancia, si el voto cubanoamericano no hubiera sido un factor decisivo pleno en la victoria del republicano, al menos ayudó bastante, y el presidente Donald Trump está consciente de eso. Su definición de que Fidel Castro fue un "dictador brutal", resultó ser la única expresión congruente emitida por un líder mundial. Sobre todo en marcado contraste con la afirmación de Obama de que "la historia juzgará el enorme impacto de esta singular figura". Una declaración mediocre que buscaba soslayar el legado de crueldad, crímenes y miseria de un hombre que fue, más que un dictador, un tirano sanguinario. Josh Earnest, el vocero de la Casa Blanca, intentando de minimizar el impacto de la desafortunada declaración presidencial, terminó reafirmando la pusilanimidad que caracterizó al obamismo, cuando aseguró que el presidente Obama quiso "evitar la espiral descendente de recriminaciones mutuas". La verdad del presidente electo, contra la hipócrita adulación compasiva del presidente saliente, como reflejo de quién de los dos tiene un auténtico talante de líder.
Cuba y los cubanos necesitan a un presidente que no tema actuar con la rigurosidad que se requiere. Casi 60 años de doloroso atrincheramiento del casticismo no solo le han causado mucho daño a la cultura y la nación cubanas, sino también a Estados Unidos y a su rol hegemónico en el mundo. Es hora de que el presidente Donald Trump corrija esta situación. Las condiciones políticas y económicas mundiales son idóneas para que se decida a hacerlo. Estaría matando dos pájaros de un disparo: acabaría con el castrismo y con la inmigración indiscriminada de cubanos a los Estados Unidos.
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