domingo, 16 de julio de 2017

La política exterior de Donald Trump y la construcción de un nuevo orden mundial

Es necesario destruir el actual status quo estadounidense y cambiar los fundamentos del orden actual.
La política exterior de Estados Unidos está siendo profundamente revisada, pero no está regresando a sus principios tradicionales. La postura de Donald Trump no es aislacionista, como lo ha calificado la prensa tradicional, mediante la difusión de las ideas de la izquierda americana, latinoamericana y europea. Pero tampoco se plantea el intervencionismo global. La postura es muy clara: "América primero", pero sin dejar de defender la posición de Estados Unidos en el mundo como nación hegemónica. O lo que es lo mismo: actuar cuando haya que actuar, para que los enemigos de Estados Unidos no se envalentonen y crean que el país es débil, como lo fue durante la presidencia de Obama. 
Trump ha dejado claro que lanzará misiles cuando haya que lanzarlos y que hará despliegue de poderío bélico cada vez que naciones como Corea del Norte amenacen la seguridad de Estados Unidos y sus aliados. Una postura que refuerza el nacionalismo étnico y cultural de Donald Trump. 
El presidente, a quien la izquierda americana considera acomodaticio y deformable en sus posiciones ideológicas, es un hombre, como él mismo se ha definido, de posiciones flexibles. Lo que se traduce en la habilidad para moverse de una posición estratégica a otra, si al final se consigue el fin perseguido. 
Con Siria y Corea del Norte el presidente ha demostrado que  la izquierda se equivoca con él. Ha demostrado que lejos de ser puramente emocional, puede ser frío y racional; que lejos de ser un advenedizo en la política, puede poseer una gran habilidad estratégica, más allá de sus sablazos verbales en Twitter. Pero la derecha también se equivoca con él. Creer, como Ann Coulter, que "la desventura Siria de Trump es inmoral, viola todas las promesas que hizo y podría hundir su presidencia", es, cuando menos, poca capacidad para comprender el alcance de una mente compleja, que aparenta simpleza en la expresión de su lenguaje. 
Trump no está violando sus promesas. Los 59 misiles que cayeron sobre Siria solo reforzaron su posición. Usó esa estrategia para fortalecerse domésticamente y quitarle armas a sus detractores en el bando opositor, y de paso colocó a Putin entre la espada y la pared en relación con Assad. Entendió mejor que nadie que recuperaba la posición de potencia para Estados Unidos sin tener que entrar directamente en la guerra y sin tener que salirse de ella, como hizo su predecesor. Entendió mejor que nadie que en el mundo actual no se puede sostener una política nacionalista sin posicionarse ventajosamente en el escenario mundial. Algo que jamás supo ver Obama, de la misma manera que no lo han podido ver ni la derecha ni la derecha alternativa americanas. 
Trump, de manera magistral, ha tomado a Putin del cuello y lo ha obligado a bailar a su ritmo, haciéndolo entender que deben aliarse en el derrocamiento de Assad y en la eliminación de ISIS, sin necesidad de entrar en la guerra. Sencillamente brillante. 
Lo mismo ha hecho con los chinos. China entendió que si quiere mantener una relación comercial saludable con Estados Unidos tiene que empezar a jugar de otra manera. Trump le hizo saber que no se puede ser aliado y beneficiarse en extremo de esa alianza, mientras se usa a Corea del Norte como un Rottweiler rabioso para intimidar al vecindario asiático. 
Cuando Trump le dijo a Xi Jipin que "Si China decide ayudar, eso sería muy bueno. Si no, solucionaremos el problema sin ellos", estaba decidido a cambiar la situación en la zona. Por eso, cuando Corea del Norte volvió a hacer alarde de sus misiles, envió al portaaviones nuclear USS Carl Vinson a las cercanías de Corea. Y cuando Corea lanzó su misil balístico capaz de alcanzar Alaska, le demostró con sus misiles antimisiles que no hay posibilidad de que los norcoreanos tengan algo que ganar con su bravuconada.
Donald Trump ha demostrado, durante su estancia en la presidencia, que no ha llegado a ocupar un lugar prominente en el mundo de los negocios sin tener un pensamiento estratégico o basado en la improvisación como único recurso de acción. De hecho sus acciones indican todo lo contrario. Su experiencia como hábil negociador empresarial ha salido a la luz y lo han hecho brillar, haciendo notar que terminará su estancia en la Casa Blanca con mayores dotes de estadista que su predecesor. 
Cuando la prensa izquierdista lo acusa de ser un hombre sin ninguna experiencia gobernando (olvidan que Obama llegó a la presidencia con menos experiencia), solo reflejan su ignorancia sobre la importancia que tiene la política en el mundo de los negocios a gran escala. Subvaloran la importancia que juega el arte de la política en las negociaciones que se desarrollan a gran escala en el mundo de los negocios. Y es que la política, la alta política es, en esencia, el arte de la negociación. Quizás por eso Obama nunca alcanzó, por más que se esforzó, la estatura de un estadista. Comenzó y terminó sus ocho años como un activista social comunitario. Fue Obama un verdadero advenedizo en la Casa Blanca. 
El multilateralismo de Obama dejó un mundo más inestable y peligroso del que existía antes de su llegada al poder. Le heredó al presidente Trump una situación confusa y explosiva en Oriente Próximo, con Irán, Turquía y Rusia tratando de repartirse la hegemonía de la región, ante el vacío político y, sobretodo, militar que generó  la falta de liderazgo de Obama, que posibilitó el surgimiento de ISIS (tiene razón Trump cuando dice que "Obama creó a ISIS"), el deterioro de la situación en Afganistán e Irak, y la traición a Israel en la ONU. 
La presidencia de Trump recibió de Obama una región con tres naciones fallidas: Siria, Irak y Afganistán. Naciones que viven una situación muy volátil, que permite el cultivo del  yihadismo.
Trump tendrá que diseñar una nueva estrategia en la zona. Para eso necesita a Rusia. Son muchas las cosas positivas que una alianza entre las dos potencias puede generar en la región. Las bases de la negociación pueden ser: 
1. La construcción de una Siria políticamente más abierta, laica y prooccidental, que sirva de contrapeso al poder de los ulemas iraníes. 
2. La construcción de un estado kurdo al norte de Irak, que ayude a neutralizar las pretensiones de Turquía de extender su influencia política y religiosa, o la descabellada intención no muy oculta de restaurar la ley islámica, destruir el estado moderno y aspirar al regreso del califato otomano.
3. La presión sobre Arabia Saudita para que elimine el patrocinio de grupos islamistas radicales, y ponga fin a la existencia de las madrasas wahabíes en su territorio y en otros países árabes, como Yemen, que son verdaderos criaderos de terroristas religiosos. 
Los sauditas, junto con los iraníes, son los principales exportadores de terroristas del mundo árabe. Quizás sea hora de que Estados Unidos revise concienzudamente su política de protección incondicional al reino saudita, uno de los gobiernos más déspotas y crueles del mundo (esta política de rompimiento con el pacto de conveniencia podría ser una herramienta de negociación en una alianza con los rusos), después de todo, es obvio que han cambiado las condiciones históricas bajo las que se firmó en 1945 el Pacto del Quincy, entre Abdel Rahman Al-Saud y el presidente Roosevelt, a bordo del acorazado “Quincy”. 
La protección estadounidense a cambio de petróleo no está funcionando, porque los sauditas se están aprovechando de esa relación privilegiada para agredir a Occidente. Y eso es inadmisible. Por otra parte, el petróleo saudita dejó de ser vital para Estados Unidos. Ahora Rusia puede permitir el acceso de las compañías estadounidenses a sus inmensas reservas petroleras, tal y como ya lo ha hecho con Exxon Mobil. 
4. Renegociar o eliminar el pacto nuclear con Irán, al que considera "el peor de los acuerdos nunca antes logrado". Eso que algunos creen es un proceso de normalización entre Persia y Occidente, es una falacia. Irán quiere la destrucción de Israel, y bajo esa premisa no hay posibilidad alguna de normalización. Por otra parte, no hay un sector político reformista en Irán. Esa aparente flexibilidad de Rohani y su gobierno es solo una táctica, una lavada de cara a la teocracia gobernante, para librarse de las sanciones económicas y lograr financiamiento para su programa nuclear, a través de la renta petrolera iraní. 
5. Darle apoyo político y militar irrestricto a Israel, y al mismo tiempo presionar al mundo árabe para que reconozca al estado de Israel, como condición no negociable para alcanzar cualquier acuerdo de paz. Mientras esto no ocurra, la solución de los dos Estados es irrealizable. Es importante que Trump logre que Rusia e Israel construyan un acercamiento  más íntimo. 
En fin, lo que Donald Trump se debe proponer, en alianza con Rusia, es el reordenamiento de las fuerzas políticas en la región, un cambio radical en los acuerdos establecidos y la construcción de un nuevo balance, un nuevo equilibrio político, militar, económico y religioso, que pueda empujar a las naciones árabes hacia la modernidad que propician estados laicos, separando a la política del islam. 
La alianza de Estados Unidos y Rusia debe diseñarse con el propósito explícito de poner fin a la cultura de una política fundamentada en una concepción islámica del poder. Tienen que impulsar la construcción de naciones donde la legitimidad política no provenga del aval religioso ni de la creación de una jurisprudencia islámica. Los Consejos religiosos no pueden tener control sobre las instituciones, parlamentos o el poder ejecutivo. 
Mientras esto sea así, las naciones árabes seguirán siendo sociedades atrasadas, violentas y salvajes. El funcionamiento de una nación y su gobierno no puede depender del Islam. Occidente se engrandeció cuando se deshizo de la iglesia católica como poder político. Hasta ahora, el estatus quo lo único que ha provocado es el fracaso político y económico de la inmensa mayoría de las naciones árabes.  La democracia y las libertades pueden esperar, una Reforma secular del mundo árabe, no. En los intentos previos, Atatürk lo logró en Turquía y los Pahlevi fracasaron en la antigua Persia convertida en Irán. Ahora todo depende de que los líderes políticos musulmanes logren entender que la sharia y la modernidad son irreconciliables. Las tiránicas monarquías de la región y la autocracia iraní son algunas de los objetivos primordiales. No se puede lograr todo en asuntos con raigambre tan perniciosamente antigua. Ni creó que Trump y Putin puedan lograr un cambio inmediato y visible en la zona. Pero todo indica que es un buen momento para iniciar la transformación. No se trata de crear una Panarabia secular al estilo Nasser. Sino de enfrentar el poder tribal de una religión con una política moderna de separada convivencia, que fortalezca el tejido de naciones distintas, y ponga límites al enfrentamiento de facciones por el control de una religión. Ni un califato islámico, ni un califato secular.
Construir un Estado Kurdo, presionar a Erdogán para contener su intención de destruir el estado laico creado por Mustafa Kemal Atatürk, destruir a ISIS y a Al Qaeda, destruir los sueños nucleares de Irán y de cualquier otro país de la región que lo pretenda, controlar a organizaciones como los Hermanos Musulmanes, y darle apoyo al Egipto de Abdel Fattah el-Sisi, para que avance hacia la modernidad, serían, en principio, hechos sobre los cuales comenzar a fomentar un nuevo orden en Oriente Próximo. Todo dependerá del entendimiento que logren Trump y Putin, y de las herramientas que decidan utilizar para negociar con los actores involucrados.
Algo ha quedado claro a lo largo de la historia de la región en el siglo XX y lo que va del XXI. El despotismo de los líderes religiosos árabes y la influencia que tienen en sus sociedades no ha resultado en nada bueno para sus pueblos. Y por otra parte, la pésima gestión que potencias occidentales como Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos han hecho de sus intereses estratégicos en la zona,  ha derivado en verdaderas naciones fallidas. 

Por ejemplo, la gestión estadounidense en Irán ha sido desastrosa durante los gobiernos socialdemócratas de Jimmy Carter y Barack Obama. Carter le quitó el apoyo a un aliado incondicional como Pahlevi y permitió la constitución del actual régimen fundamentalista. La falta de liderazgo de Obama propició el surgimiento del llamado Estado Islámico, la metástasis del yihadismo en todo el mundo, el fortalecimiento de un Irán nuclear, el debilitamiento de la democracia turca, la anarquía en Afganistán e Irak y la deslegitimación de la política israelí hacia los palestinos.