jueves, 7 de diciembre de 2017

Jorge Ramos: la barbarización de Estados Unidos y la oligofrenia intelectual


El periodista mexicano Jorge Ramos es el típico extranjero que aprovecha las bondades de Estados Unidos y termina convirtiéndose en un agente de influencia antiestadounidense al servicio de su país de origen. A Ramos le parece injusto que sean deportados los ilegales que hayan cometido un fraude ante una agencia del gobierno. Ramos cree que quienes hayan falsificado documentos como tarjetas de seguro social o licencias de manejar no han cometido delito. O sea, que violar la ley al estar de manera ilegal en el país (motivo suficiente para ser deportado) y cometer actos fraudulentos no los hace elegibles para ser deportados. Ramos no entiende que su lógica va contra los cimientos sobre los cuales se levantó la nación: el respeto a la ley. Pero es lógico que piense así, viniendo de México, un país donde la corrupción es endémica.
Ramos ha dicho que Donald Trump es un político antiinmigrante, porque quiere “cortar la inmigración legal a la mitad, ha llamado violadores y criminales a los inmigrantes de México, desea prohibir la entrada a personas de seis países mayoritariamente musulmanes, en la campaña dijo que podría deportar a 11 millones en dos años sI se manejaba correctamente, y sus órdenes de arrestos a cualquiera que haya entrado ilegalmente está generando terror en la comunidad latina”. Desmontemos de una vez y por todas este discurso panfletario, representativo de la mediocridad intelectual de Ramos, y de las mentiras que la prensa izquierdista repite hasta la saciedad sin ningún argumento que pretenda darles legitimidad.
La propuesta de Donald Trump de recortar la inmigración legal no solo es moral y éticamente justa para Estados Unidos, sino que es sensata, necesaria y absolutamente legítima. Se respalda en criterios universalmente aplicados por todos los países a la hora de recibir inmigrantes: selectividad cualitativa y límites cuantitativos. Es decir, un proceso discriminatorio. La inmigración indiscriminada, sea legal o ilegal, tiene un carácter destructivo para la nación receptora. En la actualidad la inmigración legal que llega a Estados Unidos está basada en patrones que van en contra de los patrones políticos, sociales, económicos y culturales de la nación. La inmigración en cadena tiene que ser limitada, porque no beneficia en nada a Estados Unidos. La llamada reunificación familiar es un falso argumento. Que un individuo que haya emigrado tenga derecho a reunirse con hijos menores y conyúges parece plenamente justo, porque son integrantes del círculo familiar más íntimo, que podría integrarse al modo de vida de la nación, pero que tenga derecho a traer a padres que por su edad jamás se asimilarían y terminarían convirtiéndose en carga para la seguridad social a costa de los contribuyentes, o a hermanos que tendrán derecho a traer a sus esposas e hijos, alargando hasta el infinito la cadena migratoria, es inmoral e injusto para la integridad y la coherencia cultural de Estados Unidos.
Dentro de ese patrón discriminatorio es justo que Estados Unidos establezca que el idioma y la preparación académica sean una prioridad migratoria. Hablar inglés y tener títulos universitarios debería ser un elemento primordial para la elegibilidad de quienes buscan emigrar legalmente al país. Ramos dice que esto llevaría a darle una preferencia a inmigrantes de Gran Bretaña, Australia, Irlanda y Canadá por encima de América Latina, África y Asia.  Miente deliberadamente. En primer lugar, porque los nativos universitarios de esos países tienen en su tierra las condiciones socioeconómicas y políticas necesarias para un desarrollo pleno, por lo que sería difícil que prefieran desarraigarse culturalmente para buscar condiciones de vida similares, o inlcuso inferiores, en Estados Unidos. Nadie elige irse de su tierra natal, a no ser que las condiciones de vida en ella le sean hostiles. Los mejores ejemplos de eso son Cuba y Venezuela: los profesionales de esos países no emigraban hasta que llegaron al poder en sus países regímenes autoritarios. Por lo tanto, es más factible que esa medida le abra las puertas a nativos de la India, México, Argentina, Venezuela, Cuba, Haití, República Dominicana, Brasil, Rusia o China, cuyos países tienen condiciones socioeconómicas y políticas hostiles para las personas profesionalmente preparadas. En todo caso, la implementación de esta política estimularía la llegada de inteligentzia al mercado laboral estadounidense, en detrimento de las economías de los países emisores.
Ramos se pregunta si existe “un plan para cambiar demográficamente a la nación”. Cree que la propuesta busca traer más blancos anglosajones al país. Su ignorancia sobre las motivaciones migratorias no le permite comprender que hablar inglés y tener una formación académica universitaria no tienen ninguna vinculación racial. Tiene más bien que ver con planes educativos. Si la India o Dominicana forman a un ingeniero que hable inglés y no les da las condiciones de vida necesarias en su país, tienen más oportunidad de que ese profesional emigre a Estados Unidos, independientemente de su grupo étnico. Por el contrario, si un británico o un australiano habla inglés, pero no tiene una formación universitaria, tendrá menos posibilidades de venir legalmente a vivir a Estados Unidos, aunque sea blanco y protestante.
Ramos también se pregunta si al gobierno de Trump “le inquieta que Estados Unidos esté en camino de convertirse en una nación compuesta solo por minorías”. La respuesta a este disparate es obvia. No le inquieta, le alarma. De la misma manera que le alarma a la mayoría de los estadounidenses. De la misma manera que debería alarmarle a cualquier gobierno estadounidense, y no únicamente al de Trump. De la misma manera que le alarma a los gobiernos de todos los países del mundo. La razón es tan sencilla como lógica. Si Estados Unidos se convirtiera en una nación compuesta solo por minorías (a lo que Ramos se refiere es a que los anglosajones dejen de ser mayoría cultural y racial), donde incluso los hispanos de convirtieran (como Ramos pretende, desea y le parece lógico que ocurra) en una minoría mayoritaria, o lo que es lo mismo, en una nueva mayoría, según algunas predicciones estadísticas, la nación dejaría de ser lo que es, se debilitaría de tal manera, que perdería la hegemonía socioeconómica y cultural que hoy posee. Le pasaría lo mismo que a Roma con los bárbaros. Convertir a EEUU en una nación de minorías, donde incluso un grupo étnico nativo, los afroamericanos, se vería minimizado en el tejido cultural de la nación, sería barbarizar al país. Las minorías, culturalmente ajenas, no fortalecerían al país, como preconizan los defensores de la inmigración indiscriminada, sino todo lo contrario. Es como si los turcos fueran una parte igualitaria en Alemania o los árabes  en España. La propuesta de convertir a Estados Unidos en un país de minorías, es una imbecilidad aberrante que solo puede ser la propuesta de un hispano racista y antiestadounidense como Jorge Ramos. Es una propuesta antiestadounidense tan peligrosa, que debería ser condenada enérgicamente no solo por los nativos, sino por cada inmigrante que ha llegado al país en busca del “sueño americano” huyendo de la desgracia sociopolítica y económica de su país de origen.
Para Ramos es imposible regresar al pasado, a 1965, cuando se reformaron las leyes migratorias y 9 de cada 10 estadounidenses eran blancos no hispanos. Ramos basa su tesis en el hecho de que, según la Oficina del Censo, para 2015 la mayoría de los bebés nacidos en Estados Unidos eran miembros de minorías. Y tiene razón, Trump no podrá a corto plazo revertir la tendencia con una política migratoria más restrictiva, pero lo que sí logrará es frenar la tendencia. Detener el destructivo proceso de hispanización.
La pluralidad que “se está gestando desde dentro”, esa que según los pronósticos convertirá para el 2044 a los blancos no hispanos en una minoría, tiene que ser frenada y mermada, si no queremos que la nación sea aniquilada por la barbarie hispana. La inmigración hispana en Estados Unidos aporta más elementos negativos que positivos, y se ha convertido, desde su compleja heterogeneidad, en profundamente perniciosa y destructiva para los valores medulares del país.
Cuando Ramos dice que Estados Unidos “siempre ha sido un país mixto. Los nativos americanos vivían aquí siglos antes de que llegaran los pilgrims o primeros habitantes procedentes de Europa. Gracias a los viajes de Juan Ponce de León en la Florida en 1513, el español se habló en este territorio mucho antes que el inglés. Y hay evidencia de la presencia de africanos en el país desde principios del siglo XVII”, está manipulando los hechos históricos, inventándose un pasado que nunca existió, para justificar un presente caótico y anunciarnos un futuro luminoso que, al ser sometido a un escrutinio riguroso, no resiste la embestida de los hechos reales, y nos deja ver la destrucción cultural que amenaza a la nación. Manipula los hechos, como arcilla mojada, para que sean compatibles con la agenda política que defiende, porque los nativos que vivían aquí, los españoles que vivían aquí, los africanos que vivían aquí, no eran, no fueron, ni son los Estados Unidos. Ese ente nacional que identificamos como Estados Unidos de América, es blanco, anglosajón y protestante. No es ni mixto, ni indoamericano, ni hispano, ni negro. Parafraseando a Séneca, diremos que Ramos decide, de manera racional, que es justo que el país deje de ser lo que es, para convertirse en una nueva entidad mixta, plural. Cree, contra toda evidencia, que la fragmentación de un país sólido, coherente, democrático, libre y exitoso, convertirá a Estados Unidos en un ente nacional superior más justo.
Pero pierde la razón y monta en cólera, cuando Donald Trump y sus 65 millones de votantes le dicen que está equivocado, que lo que él y sus acólitos han decidido que es justo, en realidad no lo es. Que lo que él cree justo, en realidad es un proyecto ideológico contrario a la idea de lo que ha sido Estados Unidos. Un proyecto que llevaría a que Estados Unidos sea menos competitivo y deje de ser la potencia hegemónica que es.
Cuando Ramos dice, con el propósito de demostrar que la inmigración incontrolada es saludable y beneficiosa para el país, que Trump “no suma las increíbles aportaciones de los extranjeros a este país. Más del 40 por ciento de las empresas de Fortune 500 fueron creadas por inmigrantes en Estados Unidos”, está manipulando los hechos, inventando un relato que busca acomodar la realidad al sectarismo ideológico del marxismo cultural que ha infectado a la izquierda americana y a buena parte de la sociedad, para fortalecer la visión de un Estados Unidos que no sea Estados Unidos. El 40 por ciento de las empresas de Fortune no fueron creadas por inmigrantes, por el simple hecho de que eran buenos y talentosos inmigrantes que llegaron para hacer al país grandioso, sino que pudieron crear sus empresas porque llegaron a un país que ya era grandioso, y que tenía todas las condiciones creadas para que ellos triunfaran. Lo más probable es que si en vez de llegar a Estados Unidos, hubieran llegado a España, México o Francia, nunca hubieran alcanzado el éxito. O sea, no existe relación alguna entre la inmigración y el surgimiento de empresarios y empresas exitosas. El éxito de esos empresarios es debido a la existencia de Estados Unidos. El mismo Estados Unidos que la inmigración incontrolada e irracional busca destruir.
El concepto de que la  hispanización es saludable para Estados Unidos es parte de una creencia que ha sido propagada por el Partido Demócrata, la academia americana y la Media tradicional que odian lo que es la nación y ambicionan convertirla, en el mejor de los casos, en una socialdemocracia europea. La repetición constante de este concepto ha hecho que sea predominante en buena parte de la sociedad, pero está basado en argumentos muy frágiles, en una monumental falacia.
La hispanización es antiestadoundiense per se. Su culto a la violencia, su patética necesidad del paternalismo estatal, su resistencia nacionalista a la integración, su racismo, displicencia, bajo nivel educativo, machismo, y castrante catolicismo, es la mayor amenaza que enfrenta la democracia estadounidense. Y ni Ramos ni todos los grupos políticos que presionan a favor de la inmigración ilegal tienen un solo argumento, una sola prueba, que demuestre lo contrario.
Ramos distorsiona la realidad, deforma caprichosamente la verdad y echa mano a un relato sentimental, melodramático y telenovelero, al asegurar que “La gran maravilla de este país es su tolerancia hacia los que son distintos y su apertura a nuevos inmigrantes, refugiados, pobres y perseguidos”. Invade la verdad con deformaciones emocionales, porque no quiere reconocer que lo que hace maravilloso a Estados Unidos es su sistema legal, económico y político. Lo que hace grande a Estados Unidos, es la exaltación a la libre empresa, al libre mercado, a la propiedad privada. Es el respeto a los derechos y libertades, a las leyes, a la separación de poderes,  a la libertad de expresión y a la libertad política. Ramos abandona los hechos en favor de una narrativa convenenciera y demagógica.
El país diverso y plural que Ramos quiere, no es el país que se ha convertido en la primera economía del mundo, en la democracia más sólida del mundo. El país que Ramos nos quiere imponer, es el país atrasado y tercermundista del que vienen huyendo los inmigrantes.
Cambiar el mapa étnico y cultural de Estados Unidos sería una soberana catástrofe. Es una propuesta inadmisible. Sería bueno preguntarle a Ramos si le gustaría que los aztecas dejaran de ser la mayoría étnica de México, para favorecer el crecimiento de españoles, cubanos, dominicanos, y puertorriqueños. O que una minoría de blancos angloparlantes provenientes de Iowa, Ohio, Alaska y Colorado, que no hablen español, fuera una minoria igualitaria a los aztecas y odiaran comer tacos y picante. O que esa misma proporción minoritaria fuera negra, hablara francés y proveniera de Haití.
No cabe la menor duda, Ramos, al menos en cuanto a temas raciales y migratorios se refiere, padece de una alarmante oligofrenia intelectual.